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El Manifiesto Huancho

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La recreación de la toma del Apu Usharu (cerro San Cristóbal), en el marco de El Cerco Inca de Lima de 1536, es nuestro intento de reivindicación político-cultural sobre nuestro aún destino gris. Un intento de sustentarnos fe tomando como insumo nuestra propia historia. Si el karma del pueblo peruano ha sido la traición, es menester interiorizarlo y aprender de esas amargas lecciones para evitar repetirlas. El Perú es hermoso.

 

Seleccionar esta escena tan importante de nuestra historia es nuestro deber. El deber de todos los hijos del pueblo concentrados en este ícono del Perú en Lima.

 

Para los poco atentos será sólo un cerro, un mirador, una cruz, un santo o una zona lumpen. Pero, para la nueva mirada, fue el escenario que decidió el destino peruano de sus próximos quinientos años de vida. El centinela principal de este lado del valle, donde quinientos años es sólo el eslabón de una cadena de más de diez mil años de ocupación, más el absurdo intento de civilizar a una civilización. Lima era un conglomerado de ayllus antes de esta ciudad.

 

El Apu Usharu es nuestro hogar, nuestro barrio. Es quien nos dio el lugar para reír, llorar, amar y morir a salvo; y ser alguien, algo y de algún lugar en el universo, en tanto sólo somos una coordenada en el tiempo-espacio.

 

El Apu Usharu es nuestro padre porque hemos nacido en sus faldas. La bandera con la que hemos podido resistir la hostilidad del prejuicio cuando su desdén, aupado a nuestras espaldas, y a la de nuestros padres y abuelos, hacía más pesada nuestra supervivencia. Nuestra rebeldía es innata y nuestra sabiduría también. Sólo tenemos q subir a su cima para encontrar las respuestas mirando al mar.

 

Con este episodio de nuestra historia limeña sabemos que podemos dialogar horizontalmente con el prejuicio. El Perú es cultural y espiritualmente mestizo y debe heredar sólo lo mejor de sus ingredientes culturales. Debe abrazarse en la fusión y no separarse por ella. Lima debe entender su milenariedad. Debe recordarse desde Caral hasta hoy como una sola sociedad, porque es en su único suelo en el que quedará la impronta de todas nuestras pisadas.

 

El prejuicio limeño debe entender que sus ínfulas tienen sustento falso, que la migración no es advenediza sino constante, y que su existencia prooccidental es más por demérito de la cultura nativa que por otra cosa.

 

Cuando en agosto de 1536, el Apu Suyuchac Kisu Yupanqui asaltaba el Apu Usharu con su ejército inca, con la misión de destruir las incipientes trece cuadras del Damero de Pizarro por órdenes de Manco Inca, quién hacía lo propio en Cusco; se estaba concibiendo la posibilidad de la inexistencia de la Lima y cultura española más allá de un año y meses. Es decir, los quinientos años que ostenta el prejuicio y sus descendientes republicanos por nuestra ciudad, sencillamente no hubieran sido factibles sin el apoyo de los nativos rivales de los incas, que permitieron el contexto en el que una lanza invasora liquidara al general, al Apu Suyuchac, en las calles de Barrios Altos, ante la cuál, la lectura de los tahuantinsuyanos sobre la guerra de los dioses puso fin a una misión en la que los seres humanos ya nada tenían que hacer.

 

Ahora, en tiempos del bicentenario, es necesario reflexionar no sólo sobre lo que fue, sino también sobre lo que pudo ser. Para Lima, al menos, es doble ese deber si quiere exorcizar sus prejuicios, y para el Perú también, si quiere ofrecernos una verdadera independencia porque para su pueblo es todavía un pendiente.

 

Más, queremos contarte de nuestra nobleza, la nobleza de barrio. La muerte no nos asusta porque, como hemos vivido hemos aprendido que se renace siempre en nuestros hijos. Y es por ellos que queremos comprenderte, es por ellos que queremos perdonarte. Sabemos que allí donde hay un peruano equivocado hay un peruano herido en busca de un abrazo. En busca del perdón.

 

Pero, nosotros, los barrios del Perú, necesitamos antes que tú nos perdones. Nos perdones por haber nacido, por existir, por exigirte respeto y un contexto justo para vivir.

 

Nuestros brazos están abiertos para un abrazo tan fuerte, tan intenso, tan alto, como el repaso de nuestra cultura que no sólo nos llene de orgullo, sino que venza todas nuestras diferencias para empezar a gozar al Perú en un nuevo año cero.

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